El término "personas con diversidad funcional" ha comenzado a ser utilizado recientemente, impulsado por el propio colectivo. Anteriormente, la expresión común "personas con discapacidad", aunque centrada en la persona, es todavía considerada por algunos como semánticamente peyorativa. El nuevo término, "diversidad funcional", no solo pone a la persona en primer plano, sino que además realza su valor intrínseco, priorizando su dignidad y humanidad por encima de cualquier condición particular. Esta terminología refleja un cambio hacia un lenguaje más positivo, que reconoce la diversidad funcional como una característica más de la persona, sin definirla por completo.
Adoptar este tipo de lenguaje contribuye a evitar connotaciones despectivas o de inferioridad, como las que aún arrastran expresiones obsoletas como "minusválidos" o "discapacitados", ayudando así a desmantelar estereotipos y prejuicios que perpetúan la exclusión social. El uso de un lenguaje inclusivo no es solo una cuestión de corrección política; es un acto esencial para construir una sociedad más justa e igualitaria. Tanto a nivel individual como colectivo, es fundamental dejar atrás expresiones desactualizadas y adoptar un lenguaje basado en el respeto, que empieza por cómo nos referimos a los demás.